¿Cómo ser un líder amado?

¿Qué es, en esencia, ser líder? ¿cuál es el mejor método de liderazgo, si acaso existe? ¿cómo encajo, me adapto o encuentro un estilo de liderazgo? ¿qué clase de líder soy? ¿Qué clase de líder pretendo ser? ¿qué clase de líder necesita mi familia que sea? ¿qué clase de líder necesita mi equipo que sea? ¿qué clase de líder necesita mi proyecto que sea? ¿qué clase de líder requieren mis sueños que sea? ¿qué es eso que tanto se me demanda como líder? ¿qué es eso de ser líder, realmente? ¿para qué debo ser un buen líder? ¿cómo puedo ser un buen líder? ¿cómo puedo ser aún más, un excelente líder? ¿cómo puedo ser un líder amado?

En este contexto, son tantas las preguntas que surgen desde (y no necesariamente sobre) el rol de liderazgo, porque son tantas las situaciones que hay que enfrentar, son tantas las personas con las que hay que lidiar, con las que hay que relacionarse, y son todas tan distintas… ahhh si fueran todas iguales sería más fácil, ¿o acaso no?

Como líderes nos enfocamos en obtener resultados porque tenemos una meta que cumplir, objetivos y propósitos enmarcados en lapsos de tiempo, recursos que administrar y personas que dirigir. La manera como enfocamos y desarrollamos los procesos para cumplir estas metas involucran relacionarnos con nuestro equipo: dirigir y controlar, garantizar que los trabajadores hagan su trabajo de manera eficiente, que los procesos se ejecuten de manera productiva.

Entonces, seguramente sería más sencillo que todos se adaptaran al líder, porque al fin y al cabo es uno… o acaso sería mejor si el líder logra adaptarse a todos, no importa cuántos, generando empatía, sinergia, respeto, lealtad, compromiso, colaboración… entonces, si yo lograra eso ¿sería posible que me amaran como líder? ¿no estaré pidiendo demasiado? ¿estaré soñando con un ideal lejano o sin un lugar definido en el tiempo? ¿será suficiente saber ser líder, o será necesario involucrar mis emociones? Y si mis emociones constituyen un aporte ¿cuál de todas debe participar?, ¿cuál es más sencilla, ¿cuál es más complicada, cuál es más universal, cuál es más poderosa?

En el ámbito organizacional hoy en día el tema de la inteligencia emocional ha ganado mucho terreno porque las emociones influyen en nuestro pensamiento y en nuestra conducta. En el área psicológica se afirma que la inteligencia emocional mejora nuestro bienestar y nuestro rendimiento.

Las emociones son un mundo y muchos teóricos han intentado explicar qué son, estableciendo definiciones y tipos que se adaptan a nuestra comprensión, describiendo una gama de emociones dentro de las cuales se definen las positivas o saludables, que albergan el amor, la alegría, la satisfacción y la gratitud, por citar algunas.

Y es que, dentro de esta gama de emociones positivas y la importancia de su gestión para nuestro rol de liderazgo, podríamos comenzar con el amor, claro, ¿por qué no?

El amor, en nuestra cultura occidental, se define como la afinidad entre los seres humanos y hasta otros animales, surge como resultado y a la vez procede de actitudes, emociones y experiencias.  Crea sentimientos de afecto y apego. Sin embargo, como todo, el amor tiene sus extremos: el altruismo y el egoísmo. Podemos amar tanto a una persona, una causa, al mundo mismo y darlo todo por ello, siendo altruistas… o darlo todo por nosotros mismos porque nos amamos demasiado y estamos por encima de cualquier persona o causa, en cuyo caso nuestro exceso de amor propio nos convertiría en egoístas. En ambos casos hay amor, el primero se orienta biológicamente a la supervivencia de la especie, y el segundo a la supervivencia del individuo, así hemos evolucionado, eso está en nuestra genética.

Como seres humanos hemos experimentado sentimientos de amor: amamos a nuestros padres, hermanos, familia, amigos, mascotas, maestros, compañeros. Hasta somos capaces de amar objetos o productos de consumo. A lo largo de la vida experimentamos emociones relacionadas con el amor y con mayor o menor intensidad, han causado impacto en nosotros facilitando o limitando las relaciones interpersonales.

Y es que las emociones vinculadas al amor pueden llegar a ser tan poderosas que pueden tornarse hasta irresistibles… ¿quién se niega ante un sentimiento tan poderoso? Y es que el amor actúa como catalizador para aperturar, facilitar y consolidar las relaciones interpersonales.

La investigadora Stephanie Ortigue, de la Universidad de Syracuse, en Nueva York, autora de «La Neuroimagen del Amor», dice que el amor es cerebro, pero que el corazón está implicado, poniendo como ejemplo que el enamoramiento genera cascadas de neurotransmisores en ciertas zonas del cerebro, lo que hace que el corazón se acelere y aparecen las famosas mariposas en el estómago. Esta es una de esas razones por la que le atribuimos al corazón la gerencia del amor.

En un ambiente social, llámese familia, centro de estudio o trabajo se manifiesta el amor en todos sus umbrales. De extremo a extremo en el rango de la afinidad del amor conocemos el altruismo, la colaboración, el egoísmo y la competencia, todo producto del amor, no importa que tan heroico o mezquino nos parezca un comportamiento, el resultado es una catálisis de reacciones que desencadenan relaciones. En este contexto, a diario podemos encontrar muchos corazones trabajando de maneras diferentes, motivados de manera diferente, expresando sus emociones de manera diferente.

Entonces, cuando nos incorporamos como líderes en nuestro ambiente social llamado trabajo, permanentemente estaremos imbuidos en ese umbral, y ya que estamos allí, debemos atender nuestra mayor responsabilidad:  canalizar las acciones que permitan que el trabajador cumpla con su trabajo de manera puntual y eficiente, que los objetivos traducidos en tareas se cumplan. Para optimizar inteligentemente este mandato, debemos involucrarnos en su desarrollo profesional, debemos contribuir al crecimiento de nuestra gente, debemos entender sus emociones para poder gestionar las emociones de nuestro equipo, debemos reconocer y gestionar inteligentemente las relaciones individuales y grupales de nuestro entorno.

¿Y cómo lo consigo? ¿por dónde comienzo? ¿cómo puedo identificar esas emociones ajenas? Ahhh, ¿será por el corazón, ese músculo bombeador de sangre que late fuerte cuando nos emocionamos, enviando mariposas a otro órgano conocido y entonces concluimos que allí reside el amor porque es justo donde lo sentimos? Puede que sí.

¿Cómo podría transformar un corazón que puedo identificar como egoísta? ¿Cómo atraer a un corazón solitario, callado, triste? ¿cómo reproducir un corazón altruista? ¿cómo podría llegar a cumplir con mi rol de líder utilizando mi propio corazón?

La clave puede estar en lograr una transformación interna que permita la apertura necesaria para merecer el corazón del equipo, ganar su corazón, darles un rol protagónico en los procesos que desarrollan, ponerlos en primer lugar, contar con ellos, darles voz, mostrarles respeto y admiración. Y cuando lleguemos a creer en esta transformación, comenzando por la propia, seremos lo suficientemente coherentes como para ganar el permiso de poder entrar en sus corazones.

¿Cuántos jefes soy capaz recordar que se hayan ganado mi corazón? ¿cuántos me influenciaron de manera positiva y sana? ¿cuántos me inspiraron? ¿qué hicieron para que yo los recuerde? ¿qué hicieron que no me permiten evocar un ejemplo, una referencia buena o al menos regular? ¿seré capaz de ser recordado en el futuro para ocupar el sitial de un líder amado?

Reflexionar sobre nuestra condición de líderes y prepararnos para ser cada vez mejores líderes, nos lleva a adentrarnos en áreas más allá de estudiar y conocer estrategias y técnicas de liderazgo, de leer libros de líderes exitosos, de seguir recetas que deseamos aplicar muchas veces sin tener los ingredientes.

Y es que conocernos a nosotros mismos es un proceso vital para evaluarnos y valorarnos, y en función de los resultados que obtengamos, ser capaces de enfrentarnos con una nueva visión y perspectiva a la delicada misión de liderar. Ser más eficientes es un norte que perseguimos de manera permanente, es algo que exigimos de manera constante a nuestro equipo y a nosotros mismos… a lo mejor ahí está la clave: en comenzar a cuestionarnos a nosotros mismos, entendiendo la palabra cuestionar, no como aire de reproche, sino como la indagación interna que nos hacemos para descubrir lo que realmente necesitamos y de manera objetiva establecer esos objetivos a los que es importante llegar.

Cuando yo me conozco en orden de mi razón y mis emociones, soy capaz de entender  la lógica, el razonamiento ajeno, las emociones que manifiesta el otro, tengo más talento para interpretar una amplia gama de mensajes que me llegan a través de diversos sentidos, puedo apreciar mejor cómo se relacionan mis colaboradores, puedo detectar necesidades y todo esto es más sencillo porque puedo comprender con mayor rapidez y con mayor asertividad, puedo filtrar de manera más refinada y darle así mejores matices a la información que recibo del exterior, procesándola y devolviéndola de manera más constructiva y proactiva.

Entonces, si dentro del contexto de las emociones, el amor juega un papel tan importante, sería más que interesante invitarnos a participar en experiencias vivenciales que nos permitan conocer nuestras emociones, canalizarlas y manifestarlas de manera positiva y constructiva, sacar el mejor provecho de nosotros mismos, fortalecer nuestras debilidades, ser ejemplo, ser amados, ser recordados y seguramente obtener mejores resultados.

Te invito a reflexionar sobre tu rol de líder, tu conciencia de líder, tus resultados como líder, no sólo en el plano laboral, de negocios o en tu emprendimiento, sino en lo personal, lo familiar y lo social… en toda área en la que relacionarse sea importante, y en la que el producto de esas relaciones nos afecte.

Nancy Rojas
Presidenta de Vida Gerencial – Coach Organizacional y Personal